Stefano Ricci
Ver a Stefano Ricci dibujar es como presenciar
un nacimiento, como asistir a una sesión de un músico que no
solo tiene el talento de improvisar y tocar un instrumento sino también
de transportar emociones por debajo de la piel. Y es que este ilustrador de
cómics italiano tiene una manera muy singular de dibujar y casi sin
darse cuenta ha ritualizado la forma de firmar sus libros.
Sobre la mesa pone delante suyo la bolsa con el material de donde saca sus
instrumentos de trabajo, que en su mayoría son pasteles en colores
negro, naranja, café y amarillo. El lápiz es fundamental.
Sobre la mesa, una taza de café negro sin azúcar y un cenicero
forman parte de la parafernalia del dibujante para poner manos a la obra.
Primero un sorbo de café antes de encender un Camel sin filtro, que
sostiene en la mano izquierda, ésta llena de anillos de plata. La mano
derecha, hasta entonces completamente libre y sin oficio, se apodera de un
color. Se inicia un diálogo entre el colorista y el papel.
En el transcurso de pocos minutos, y mientras que el cigarro humea, se extingue
y se desvanece entre sus dedos o entre sus labios, una imagen surge sobre
la superficie blanca de la hoja.
Trazos de lápiz. La pintura la aplica con los dedos: sus huellas digitales
quedan plasmadas por todo el dibujo, como prueba irrefutable de autenticidad,
y a veces también un poquito de saliva con la que extiende el color
para crear una textura difusa. El dibujo orgánico es, como recuerdo,
mejor que cualquier autógrafo.
Figuras y rostros humanos, o bien caballos, gatos, colibríes van tomando
forma a medida que el cigarro va desapareciendo.
Finalmente, toma con las dos manos el libro, lo alza, la mano derecha está
ahora negra. Stefano mira su diseño un momento, sonríe. Luego,
por primera vez despega la vista del papel para desprenderse de su nuevo diseño
y dársela a la persona dueña del libro, quién se lleva
con él una obra de arte recién salida de un gran dibujante.
No en vano se le considera entre los diez mejores ilustradores de vanguardia
en el mundo.
Stefano Ricci nació en Bolonia en 1966, ciudad donde aún reside.
Desde 1985 trabaja profesionalmente como diseñador, ilustrador y dibujante.
A desempeñado su labor en importantes publicaciones europeas entre
las que destacan: Il Manifesto, Frigidaire, Per Lui, La Repubblica, Télérama,
Lo Straniero, HP, Dolce Vita, y Linea d´ombra entre otras.
Ricci es creador de varios cómics que se han publicado en Italia, España
y Alemania. Su primer libro de historieta, Tufo, lo realizó en 1994
ilustrando el guión de Philippe de Pierpont. Tufo se publicó
en 2002 en español bajo el título Toba, en una edición
que se obsequió ese verano durante La Semana Negra de Gijón,
en dónde se presentó la primera exposición de Ricci en
España.
En 1998 ilustró las historias de Gabriella Giandelli en un libro de
cómics titulado Anita, que relata historias íntimas de sus amigas
y que antes de ser publicado en un libro apareció puntualmente en la
revista femenina Glamour. Con Anita, Stefano Ricci ganó en el salón
del cómic en Angouléme el reconocimiento al “One man show”.
En este mismo año colaboró en la ilustración del libro
colectivo de Safia Yasef titulado Algérie, la douleur et le mal.
En el 2000 participó en la creación de otro libro colectivo,
1949-1999.
Identikit es un proyecto muy singular en el que Ricci trabaja actualmente
junto con el escritor italiano de ciencia ficción Valerio Evangelisti.
Stefano junta imágenes, recortes de lo que le gusta o le ha llamado
la atención, luego Valerio escribe una historia basada en ésas
imágenes que el dibujante boloñés ilustra más
tarde.
También ha publicado libros de pequeño formato, como Sketch
y Dieci disegni per una storia Sahrawi.
Junto con su esposa, Giovanna Anceschi, diseña y dirige la publicación
semestral de Mano, que ganó en Roma el premio a la mejor revista italiana
del año, en 1996.
La recopilación de sus trabajos en la ilustración y la pintura
se puede apreciar en dos volúmenes, Depositonero y Depositonero 2,
editados en 1999 y 2001 por Mano y Freon.
Sencillo, tímido y un poco melancólico, Stefano Ricci nos permitió mirar más allá del dibujante.
¿Qué es para ti el arte?
Es... una manera de estar con los demás.
¿Cuándo y cómo empezaste a pintar?
Empecé a los 18 años. En ese entonces iba a una escuela
de mecánica y no me gustaba, la detestaba. Andaba en busca de algo,
como digo yo. Entonces encontré una escuela de cómic que duraba
dos años. La escuela la dirigían varios dibujantes profesionales,
les decíamos profesores pero eran dibujantes, como Lorenzo Mattotti
y José Muñoz.
Muchos dibujantes jóvenes... No era muy didáctica, pero ha sido
muy potente. Muchos amigos empezaron a dibujar cómics de la misma manera
que yo. Luego comencé a trabajar para la prensa. Así, buscando
algo, pues esto es lo que me ha salvado.
Y Antes de esta escuela, ¿Qué hacías?
[Piensa un momento algo largo, mirando hacia abajo, indeciso, y luego en un suspiro, sonríe antes de contestar breve pero resueltamente]: Trabajaba con locos.
¿Y cómo?
Al principio hacía un voluntariado, después lo hice como un trabajo. Luego con un compañero fundamos una revista sobre esto, una revista que todavía existe y para la que todavía hago cosas. Para mí esto ha sido como una transición hacia el cómic porque es una revista para trabajadores sociales, para gente que trabaja con locos. Yo hago la portada, la maqueta, la imagen y muchos dibujantes donan dibujos para la revista. Es una transición, un ligamento fuerte con aquel momento.
¿Es una revista de cómics?
No, no. La revista no es sólo de dibujos, se compone sobre todo de textos, es una publicación de carácter cultural para trabajadores sociales. Trata temas como el teatro, el cine, la literatura, el periodismo, la fotografía... Hace dos años obtuvo el premio de la mejor revista italiana. Y para mí ha sido un honor.
¿Cómo se llama la revista?
Se llama HP. La he hecho durante quince años. El primer número era de fotocopias y después fue creciendo.
Pero esto no era lo que hacías principalmente como trabajador social,
¿O sí?
No, no. Esto surgió de un momento cuando yo trabajaba más, continuamente y así comenzamos con este proyecto que costó mucha energía. Antes de comenzar a dibujar nos costó mucho trabajo y después era natural que incluyéramos a otros en esto.
Entonces tu labor con estas personas era principalmente física, de
ayuda, de apoyar en las terapias...
Si, si, si... Me gustaría mucho hacer una historia de cómics sobre esto. Tengo mucho material, he escrito mucho, pero... Me gustaría tanto, tanto hacerlo, que todavía no lo he logrado. Pero lo haré porque... He estado hablando con David B., un dibujante francés, para hacer una historia juntos. El escribirá el guión. El tiene la idea de que esta historia sea durante la primera guerra mundial y yo tengo la idea de que el personaje sea autista. Si podemos, meteremos éstas dos cosas juntas... Es que muchas de las personas con las que trabajé eran autistas, entonces me gustaría que fuera una historia así, de uno que se encuentre en esa situación.
¿Dónde encuentras la inspiración? He visto este ritual
que haces cuando dedicas libros: concentradísimo, con el café
negro sobre la mesa, el cigarrillo encendido en la mano...
Eso es autístico. [ríe] No, es broma... Empecé a fumar cuando empecé a dibujar. Es solo un gesto. De la cuestión de la inspiración, no sé decirte, no lo sé. Pero lo que tu dices del ritual, es una cosa que me parece que este año, o sea recientemente, tengo la impresión de que entre menos me defiendo de las personas, - ya sea en estas pequeñas situaciones como dedicar libros o cuando trabajo ilustrando una historieta-... Entre menos me defiendo de las personas, más se reconoce lo que hago. Entre menos me protejo son más las personas que se acercan a lo que hago. Cómo decir, entre menos defensas hay, el trabajo se vuelve más íntimo, ¿no? Me estoy dando cuenta de esto, sobre todo a través de este simple ritual de las dedicaciones. Estoy intentando hacer lo mismo cuando estoy solo en casa.
Me parece muy bello porque es como un diálogo entre el papel, tu inspiración
y tus manos. Parece como un mundo cerrado en ese momento.
Bueno, de hecho tal vez parece un mundo cerrado porque la única
manera que conozco de hacerlo es concentrarme y pensar que estoy en mi casa
porque de otra manera, cómo decirlo... El hecho espectacular, el teatro
es un obstáculo, ¿no? Entonces hago esto para poder dibujar,
pero claro, la situación influye mucho.
A veces he dedicado libros en una librería, en un lugar cerrado y no
me gustaba, o alguien ha dicho algo que no me ha gustado entonces el dibujo
cambia mucho. Algunas veces sale bien, otras... Es como una historia en un
teatro, pienso. A veces hay una química que funciona, otras menos y
cuando es así me agota mucho. En cambio hay veces que todo sale bien
y entonces es más fácil dibujar.
Me gusta mucho este pequeño pacto que haces con las personas que están
ahí en ese momento y también esa sensación de liberarte.
¿Qué significa el ave? He visto que pintas
a menudo colibríes.
Ah, si. Bueno, hice un diseño sobre una persona que está muerta y dibujé una cabeza así [levanta la cabeza hacia el cielo y pone las puntas de sus dedos de una mano sobre los labios y simula un movimiento hacia afuera] y pinté un pájaro, que era como el alma que salía de su boca. Después el colibrí se ha convertido en un símbolo...
¿Símbolo de qué?
No lo sé, es una figura simbólica... eh... pero depende de como la uses, ¿no?
Te han encargado pintar la cúpula de una iglesia, ¿Nos puedes
contar algo de esto?
El lugar donde se encuentra la iglesia tiene mucho en común con Santiago [de Compostela], en el sentido de que es un punto como una charnela entre el oriente y el occidente. En la abadía está la escritura griega, y el rito griego. Es como un extraño reloj de arena entre oriente y occidente. Los elementos que existen ahí son bellísimos. Los elementos, los frescos que hay ahí, como los de Dominiquino, son extraordinarios. Creo que son los frescos más bellos que he visto de este tiempo. No sé, será algo inusual este trabajo.
¿Cuáles son los pintores que más te gustan a ti, y que
te hayan influenciado de alguna manera?
Al principio estudié el trabajo de Giaccometti. Y después... Hay una mujer que se llama Louise Burgeois y me impresiona mucho su relación con el tiempo. He visto un trabajo suyo en el que ponía una camisa de su padre, apoyada sobre el uniforme de una chica como simulando una violación. Es que ella de niña había visto una vez a su padre haciendo el amor con una chica, con una de las costureras que trabajaban en el taller de su padre. Entonces ella guardó esta camisa toda la vida y a los noventa y dos años ha hecho esto... Las puso una sobre otra. El efecto del trabajo ha sido fuertísimo. Me gusta muchísimo esa actitud, que yo pienso no podré tener nunca, porque es un punto de vista femenino y por eso, no sé, no es una artista de la que pueda decir que he estado en su lugar, porque solo ella tiene esta capacidad... Esta relación que tiene con el mundo orgánico, por ejemplo, que es únicamente femenina, muy rica, muy peculiar. Solamente una mujer es capaz de hacer estas cosas. Y como pienso que yo no tendré nunca la capacidad de hacer algo así, por eso la envidio mucho. Me gusta mucho... Aunque no sea una gran dibujante.
Eres algo tímido...
[Se encoge de hombros y sonríe]
Y nervioso, se nota en tus manos que te muerdes las
uñas, ¿no?
Si... Pero es porque no me gustan las uñas, nunca las dibujo. No me gusta esta idea de un hueso que sale de la carne, no. Pienso que los dedos serían más bellos sin uñas.
¿Escuchas música cuando pintas?
Este año he escuchado mucho un cantante que se llama Will Oldham, que antes tenía un grupo con su hermano que se llamaban Palace Brothers. Bueno me gusta mucho; graba sus discos a menudo en casa, y me agrada lo que hace porque parte de una forma musical tradicional, que es como una especie de country - pero no me gusta para nada el country.
Ya estamos hablando de arte y gustos... ¿Qué te gusta del cine?
Me gusta David Lynch. Me gusta su modo simplemente, y por lo mismo no soy muy objetivo en decir por qué.
Es excéntrico, extraño, ¿no?
Si, pero también muy humano, muy desarmado, ¿no? Como un extraño niño visionario.
¿Has visto sus pinturas?
Si, si. También sus fotos. También he visto en su sitio web, los objetos. Por ejemplo construye objetos, también para el cine, de perfil... Bellísimos. Hay un lavabo así de grande, [extiende los brazos a los lados] de madera, es una especie de escultura al lavabo realmente bellísima. Y me gusta esta idea que en tu película tu construyes todo, todo. Todas las cosas que entran en el film... Visconti lo hacía con las sillas y muebles de su casa. Y por eso me gusta esta idea un poco estúpida de David Lynch que construye todo, pinta las cámaras; me gusta la idea de que el film sea un objeto táctil.
Tienes muchos proyectos, muchas cosas que estás haciendo al mismo tiempo,
entre ellas la revista Mano. ¿Nos cuentas un poco más de qué
se trata?
Mano es una revista de diseño de cómic casera que hago con Giovanna, es como un laboratorio de ideas que intenta echar una mirada horizontal al género. Mano le hace mucho bien a mi ego porque no tengo que trabajar para otros. Normalmente el trabajo que hago para otros es de montaje, como un traductor. Me dan una historia y yo tengo que ilustrarla. Mano es un intento de poner en orden las cosas que amo.
¡Muchas gracias, Stefano!
Gijón, Semana Negra 2002